
En los últimos años, la agenda ESG (Environmental, Social and Governance) ha ganado protagonismo en las empresas, las inversiones y las políticas públicas. La sostenibilidad ambiental (la “E”) y la responsabilidad social (la “S”) se han convertido en palabras clave en informes, discursos y campañas. Sin embargo, hay un elemento que muchas veces se subestima —o incluso se ignora— en este trípode: la Gobernanza (la “G”).
Y es precisamente en ella donde todo comienza.
¿Por qué la Gobernanza viene primero?
Hablar de ESG sin comenzar por la gobernanza es como querer construir un edificio empezando por el techo. Sin estructuras éticas, transparentes y responsables, los compromisos ambientales y sociales no son más que promesas vacías.
La gobernanza es el conjunto de prácticas, procesos y estructuras que orientan cómo se dirige, supervisa e incentiva una organización. Esto incluye desde el funcionamiento del consejo de administración hasta la política de integridad, los canales de denuncia, el combate a la corrupción y la forma en que se toman y auditan las decisiones.
Si una empresa dice preocuparse por el medio ambiente (E), pero manipula datos sobre emisiones de carbono, el problema es de gobernanza. Si una organización invierte en diversidad e inclusión (S), pero tolera el acoso laboral o sexual en su liderazgo, el problema es de gobernanza. Si una institución promete responsabilidad social, pero tiene un consejo conformado exclusivamente por intereses privados o familiares, eso revela una deficiencia de gobernanza.
ESG sin la G es solo marketing
La creciente presión por reportes de sostenibilidad e inversiones responsables no puede ser satisfecha solo con buenas intenciones. Cada plan ambiental o social debe estar respaldado por estructuras internas que aseguren su implementación, supervisión y continuidad.
Sin gobernanza:
• Las metas ambientales se vuelven decorativas.
• Las iniciativas sociales se convierten en filantropía puntual sin estrategia.
• Los riesgos éticos y reputacionales se multiplican.
Por eso, los inversionistas más conscientes hoy observan la “G” con lupa. Saben que las buenas prácticas de gobernanza son la garantía de que las promesas hechas serán, de hecho, cumplidas.
Gobernanza como base de la cultura organizacional
Más que normas internas, la gobernanza moldea la cultura de la empresa. Define quién rinde cuentas, cómo se manejan los conflictos de interés, si hay o no transparencia en los procesos y cuál es el tono que viene desde la alta dirección.
No es casualidad que las empresas con alta madurez en gobernanza:
• Tomen decisiones más estratégicas y menos reactivas;
• Prevengan fraudes y crisis antes de que tomen proporciones públicas;
• Generen valor sostenible a largo plazo;
• Gocen de mayor confianza por parte del mercado y la sociedad.
¿Cómo fortalecer la “G” en la práctica?
- Formación ética del liderazgo – La gobernanza comienza con líderes conscientes, responsables y abiertos a la escucha.
- Consejos diversos e independientes – Que representen no solo el capital, sino también a los grupos de interés (stakeholders).
- Mecanismos de control y transparencia – Como auditorías internas, comités de ética y canales de denuncia efectivos.
- Claridad en políticas y responsabilidades – Quién hace qué, por qué y con base en cuáles principios.
- Evaluación continua de riesgos – Incluyendo aquellos relacionados con el medio ambiente y la sociedad.
Conclusión: ESG – La G de Garantía
La “G” de ESG es la garantía de que la “E” y la “S” no serán solo discurso. Es el filtro ético que asegura que las decisiones ambientales y sociales estén alineadas con los valores institucionales y con los intereses de todos los involucrados —no solo de los accionistas, sino también de la sociedad, los colaboradores y el planeta.
Por lo tanto, antes de pensar en ESG como una herramienta de reputación o marketing, piensa en la G como base, como pilar, como eje de credibilidad. Porque sin gobernanza, cualquier agenda sostenible se vuelve frágil e incoherente.
Autor: Anderson Pereira – Director de Interact Excellence